Juan el Bautista, una figura profética clave, identifica a Jesús como el Cordero de Dios, una declaración profunda que resuena con las tradiciones sacrificiales judías. En el Antiguo Testamento, los corderos eran sacrificados como medio de expiación por el pecado. Al referirse a Jesús como el Cordero de Dios, Juan proclama que Jesús cumplirá este papel a una escala cósmica, ofreciéndose como sacrificio para expiar los pecados de todo el mundo. Esta afirmación no solo reconoce la misión divina de Jesús, sino que también prepara el terreno para su ministerio y eventual crucifixión.
La frase "quita el pecado del mundo" subraya el alcance universal de la obra redentora de Jesús. Es un mensaje de esperanza y liberación, sugiriendo que a través de Jesús, todas las personas tienen la oportunidad de reconciliarse con Dios. Esta declaración invita a los creyentes a reflexionar sobre el poder transformador del sacrificio de Jesús y el profundo amor que Dios extiende a la humanidad. Es un llamado a reconocer a Jesús como el Salvador y a abrazar el perdón y la nueva vida que Él ofrece.