En este pasaje, Dios habla a través del profeta Jeremías, abordando el problema de los falsos profetas que afirman tener sueños y visiones de Dios. Estos falsos profetas están esparciendo mentiras y engañando al pueblo, llevándolos a desviarse de la verdad. Dios deja claro que no ha enviado a estas personas, ni les ha dado autoridad para hablar en Su nombre. Sus mensajes no solo son falsos, sino también perjudiciales, ya que no ofrecen ningún beneficio real ni orientación al pueblo.
Este mensaje enfatiza la importancia del discernimiento y la necesidad de ser cautelosos sobre a quién elegimos escuchar y seguir. Resalta la responsabilidad de los líderes espirituales de ser veraces y fieles a la palabra de Dios, y advierte sobre los peligros del engaño y las enseñanzas falsas. Para los creyentes, es un llamado a buscar la verdad de Dios con sinceridad y a estar alerta ante aquellos que puedan desviarlos de ella. En última instancia, subraya el valor de la integridad y la autenticidad en los asuntos espirituales, recordándonos que la verdadera guía proviene únicamente de Dios.