En este periodo, Judá se encontraba atrapada en las luchas de poder entre imperios más grandes. El faraón Necó de Egipto intervino en los asuntos de Judá al destituir a Joacaz, quien había reinado solo tres meses, reemplazándolo por su hermano Eliacim. Al cambiar el nombre de Eliacim a Joacim, Necó afirmó su autoridad sobre Judá, evidenciando que el reino estaba bajo la influencia egipcia. Este cambio de liderazgo no fue solo una maniobra política, sino también un acto simbólico, ya que los nombres tenían un significado y poder significativos en el mundo antiguo.
La destitución de Joacaz y su posterior muerte en Egipto subrayan la vulnerabilidad de la monarquía de Judá en esta era. El reino no pudo mantener su independencia y estuvo sujeto a los caprichos de naciones más poderosas. Esta situación refleja el tema más amplio de la dependencia de Dios frente a la dependencia de poderes humanos, un motivo recurrente en la narrativa bíblica. La historia invita a reflexionar sobre dónde radica la verdadera fortaleza y seguridad, instando a los creyentes a confiar en la providencia divina incluso en medio de la agitación política.