El versículo describe las prácticas religiosas de los pueblos que se establecieron en la tierra de Samaria después del exilio de los israelitas. Estos colonos, provenientes de diversas regiones, trajeron consigo sus propios dioses y costumbres religiosas. Los avvitas crearon ídolos llamados Nibhaz y Tartak, mientras que los sefarvitas participaron en la horrenda práctica del sacrificio infantil a sus dioses Adrammelek y Anammelek. Esta práctica estaba en directa oposición a las enseñanzas del Dios de Israel, quien prohibió estrictamente tales actos.
Este versículo sirve como un recordatorio contundente de los peligros del sincretismo, donde la mezcla de diferentes creencias religiosas puede llevar a prácticas que son contrarias a los valores fundamentales de la fe. Enfatiza la importancia de permanecer fieles a las enseñanzas de Dios y a los estándares morales y éticos que Él establece. Además, destaca la santidad de la vida, un principio fundamental en la Biblia, y la necesidad de discernimiento en asuntos espirituales. Al comprender el contexto histórico, podemos apreciar el llamado a mantenernos fieles y vigilantes en nuestros propios caminos espirituales.