En este pasaje, Pablo se dirige a los corintios con un sentido de ironía y autoconciencia. Reconoce que se siente avergonzado por no ser tan audaz o asertivo como otros que se jactan de sus logros. Sin embargo, utiliza esta admisión para hacer un punto más amplio sobre la naturaleza de la jactancia y la verdadera fortaleza. Pablo es muy consciente de que la jactancia a menudo se considera una necedad, pero se involucra en ella para ilustrar las diferencias entre los valores del mundo y los del Reino de Dios.
La estrategia de Pablo es mostrar que la verdadera fortaleza y valor no provienen de la auto-promoción o de compararse con los demás, sino de la humildad y la dependencia de Dios. Al admitir sus propias debilidades, Pablo ejemplifica el principio cristiano de que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad. Este pasaje invita a los creyentes a reflexionar sobre dónde colocan su confianza y les anima a encontrar su identidad y fortaleza en su relación con Dios, en lugar de en logros mundanos o en la aprobación de los demás.