Cada creyente recibe una manifestación única del Espíritu Santo, que se traduce en una habilidad o don especial otorgado para el beneficio de toda la comunidad. Estos dones son diversos, reflejando las variadas maneras en que el Espíritu actúa a través de los individuos, pero todos tienen un propósito común: el bienestar y la edificación de la iglesia. Este pasaje resalta la importancia de utilizar los dones espirituales no para la gloria personal o la competencia, sino para el bien colectivo. Se subraya la idea de que cada miembro de la comunidad cristiana tiene un papel que desempeñar, contribuyendo a la unidad y fortaleza del cuerpo de Cristo. Al abrazar y utilizar estos dones, los creyentes pueden apoyarse mutuamente, satisfacer las necesidades de la comunidad y avanzar en la misión de la iglesia. Este espíritu de cooperación fomenta un sentido de unidad y propósito, animando a los creyentes a trabajar juntos de manera armoniosa por el bien mayor.
Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.
1 Corintios 12:7
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